Son una interface, un lugar intermedio entre el mundo acuático y el terrestre.
Según Hinsby Cadillo Quiroz (profesor asociado de la Escuela de Ciencias de la Vida de la Universidad del Estado de Arizona), las turberas son una interface, un lugar intermedio entre el mundo acuático y el terrestre, el presente y el antiguo, el mundo ecológico que está cambiando y el anterior, más estable. Entre la tierra y el agua, se conforman de minerales y vegetales fósiles.
Son grandes retenedores de dióxido de carbono, como sus familiares, los bosques. Como patrimonio de la humanidad, es nuestro deber aprender de ellas para nuestra vida en el cosmos.
Pueden entenderse como el axis mundis:
una trama nupcial que conecta el cielo y la tierra
Al ser consideradas espacios por fuera o en las orillas del régimen del capital mundial occidentalizado, quedaron en
los bordes de lo conocido. Un no-lugar: territorios no nombrados. Sin embargo, en muchas zonas del globo, las turberas proveen alimento y sostén a economías locales y regionales, humanas y no humanas.
También preservan
información valiosa
ecológica, científica y arqueológica: como
registros de polen y herramientas de generaciones antepasadas.
En un viaje de exploración por los canales de las turberas, se despliega una geografía sensorial por la magia de los conocimientos antiguos, la materia y energía que sucede y habita ahí dentro, un escenario vital sumergido en lo oscuro.
La turbera seguirá siendo siempre desconocida, sin embargo por distintas entradas, podremos acceder a su laberinto y relacionarnos con ella.
El hálito que respira la turba es el mismo que respiramos humanos, entre-con todas las especies compañeras de la Tierra: las piedras, las montañas y los volcanes también. La turba guarda secretos de los tiempos inmemorables del planeta y nuestros ancestros, las historias del tiempo. Todos los elementos permanecen resguardados dentro suyo, sin ver la luz. Como un agujero negro que nos transporta a otro tiempo-espacio y nos enseña el pasado y a la vez el futuro, como el cielo.
Asomarnos a su atmósfera y conocer a distintos seres y comunidades que la habitan.
La masa de materia cósmica, oscura y planetaria que nos da vida es un entramado negro, como el compost o el humus, nuestro antepasado y a la vez el futuro: un elixir de vida. Un chispazo, un hálito, un soplo que posibilita. La turbera también es el aire que la habita y con el que respira. Y también el fuego que la anima. Concentra la materia de la que está compuesto el cosmos. La turba y su atmósfera crean frutos, una fuente de vida para las comunidades que la habitan.
Donde la luz no alcanza y permite vislumbrar eras de toda la historia del planeta, entre sus pliegues de tierra, agua y barro. Todavía no se conocen cuántas turberas existen, sabemos que además de las que se congelan están las tropicales, que tienen grandes extensiones entre América del Sur, África y Asia Oriental.
En este laberinto de materia oscura, las relaciones ambientales entran en perspectiva. El acceso es diagonal, en la turbera sucede de todo a la vez, como un poliedro de distintas caras. Une distintos mundos y universos varios, atravesados por y entre las turberas.
Como todos los portales tienen sus guardianes, que tensionan la relación entre cuerpo-espacio y naturaleza humano-no humano. Nos enseñan a ver lo invisible y vislumbrar cómo nos afectan y atraviesan todos los seres de la tierra y el aire.